Saturday, August 06, 2011

Eliseo Alberto, informe sobre sí mismo

Eliseo Alberto, informe sobre sí mismo
El Norte
6 de agosto 2011




Eliseo Alberto prefería escribir novela por ser un género en el que su padre nunca incursionó.
Foto: Especial

Eliseo Alberto (1951- 2011)

Dulce María González


Monterrey, México (6 agosto 2011).- Proveniente de una estirpe de poetas, Eliseo Alberto no veía el mundo de otra forma sino a través de la literatura. El autor cubano, quien siempre prefirió la novela por creerla un género en el que su padre, Eliseo Diego, nunca incursionó, falleció el domingo pasado a los 59 años tras 14 días de haber recibido un trasplante de riñón. La escritora Dulce María González descifra algunas de las claves en la escritura de "Lichi", como lo llamaban de cariño, para quien la añorada eternidad ya comenzó.

"El otro mundo está más cerca de lo que parece".
Eliseo Alberto


I. El inicio de la eternidad

El sol de la mañana entra de lleno por los ventanales de un departamento en la Colonia Del Valle de la Ciudad de México, ilumina los sillones blancos, recién tapizados, que donara García Márquez cuando cambió su sala. Sobre la mesa del comedor cuelga una lámpara art nouveau y debajo de ella un platón colmado de frutas tropicales refulge. El narrador cubano Eliseo Alberto trajina en la cocina. Está preparando el café.

Tomando en cuenta que es un hombre de hábitos, podemos asegurar que en unos minutos subirá a su viejo Nissan y arrancará rumbo al súper. Ahí comprará donas y conchas para el desayuno, vino y pan para la comida, y algún antojo. De regreso en casa dará cuenta del pan dulce con un jugo de mandarina y, encendiendo un cigarro Monterrey, se sentará frente a la computadora a trabajar.

Sabemos que casi no sale, que bebe al anochecer, que se la pasa escribiendo y repasando las fotografías que cuelgan de las paredes (sus padres, sus tíos, él mismo a los 20 años, su hermana gemela Fefé), en un continuo dolerse de la distancia que lo separa de su tierra.

Los fantasmas de la gente que quisimos viven en la repetición de sus actos más característicos, y este escritor cubano que inició su eternidad el pasado domingo es predecible en lo que se refiere a gozar de la comida y la bebida, y en hacer de la rutina una segunda patria, suficientemente acogedora, capaz de dar soporte al dolor de su exilio.


II. La renuncia de la poesía

Aunque Eliseo Alberto empezó escribiendo una poesía delicada, plena de imágenes cotidianas cargadas de profundidad, a la mitad de su vida renunció al género. Y cuando alguien le preguntaba el motivo de esa decisión repentina y tajante, contestaba que prefería escribir novela por ser un género en el que su padre nunca incursionó.

Y aunque posteriormente su hermana descubriera en la casa de Arrollo Naranjo un intento de novela del padre, hallazgo que llevó a Eliseo a escribir un largo texto autobiográfico, el gran poeta cubano Eliseo Diego, padre de nuestro Eliseo Alberto de Diego, alias Lichi, era una figura demasiado fuerte a la que el hijo no podía o no quería enfrentar.

Agreguemos el enorme impacto que significó para Lichi la amistad con García Márquez, una relación que, desde mi punto de vista, lo arrancó de una situación familiar de enorme riqueza artística e intelectual, pero también demasiado estrecha y dominante, lanzándolo a elegir un camino personal y a escribir lo propio.

Quizá por ello, y a pesar de ser su tercera novela, siempre he pensado que "Caracol Beach" (1998), que de alguna manera tuvo su origen en el taller de guión que impartía el colombiano, señala el verdadero arranque de Eliseo Alberto como narrador.


III. Un creador narcisista y poético

A pesar de la renuncia tan determinante que antes comentábamos, el lirismo no soltó nunca al narrador Eliseo Alberto. Alguien comentó por ahí que "Caracol Beach" es una novela que te hace pensar en Tarantino, al tiempo que te provoca llorar.

Lo cierto es que al impecable manejo de la acción y la técnica cinematográfica aplicada con limpieza al discurso narrativo se une la presencia de personajes profundamente humanos, cuyos conflictos internos impiden realizar el juicio acostumbrado entre buenos y malos, tan característico de este tipo de tramas.

"Caracol Beach" es una novela de violencia y de sangre en la que todos los involucrados son inocentes. El soldado al que los horrores de la guerra le destrozaron la razón y es perseguido por un tigre de Bengala volador, ese hombre que ha tatuado en su brazo los nombres de sus muertos, y anda por la vida buscando quién le haga el favor de matarlo, provoca compasión, aun cuando sea el causante de las trágicas muertes de varios jóvenes inocentes en la historia.

En una ocasión le comenté a Lichi que uno de mis personajes favoritos de la novela es Catalina la Grande, prostituta de profesión y madre del soldado. Se le ensombreció el rostro y, con ese tono de voz tan dramático -mitad representación, mitad pedazo de alma- que le era característico, exclamó: "¡Esa pobre vieja!". Entendí que para Lichi sus personajes eran tan reales como él mismo y, al igual que su patria perdida, lo hacían sufrir horrores.

Aquel dolor era acompañado de un narcicismo casi infantil que provocaba, a quienes lo queríamos, quererlo aún más. En una ocasión puso a uno de mis hijos a leer unos párrafos de "La Fábula de José", mientras él caminaba por el comedor de ida y de venida, con las manos unidas por la espalda. Al final de la lectura se detuvo en seco y exclamó: "¡Así se escribe el español!", en un simpático arranque de admiración hacia su propio trabajo.


IV. La reconstrucción de lo perdido

A pesar de que en "Caracol Beach" el manejo de la tensión dramática nos provoca leer una página tras otra y nos deja sin respiración, con todo y la estructura de relojería y la profundidad insondable de los personajes, aun si tomamos en cuenta que ganó el Premio Alfaguara en 1998, siempre he pensado que, en el conjunto de la obra de Eliseo Alberto, ese texto significa sólo el arranque de su mejor momento creador.

Después de una temporada difícil, de fracasos emocionales y estrecheces económicas que lo orillaron a escribir telenovelas para sobrevivir (actividad cuya influencia resulta muy patente en "Caracol Beach"), considero que la importancia del Premio Alfaguara fue la de aportar la estabilidad económica necesaria para que Eliseo Alberto dedicara varios años a construir una voz fuerte y de gran singularidad.

El resultado de esta época son tres joyas de la narrativa latinoamericana contemporánea: "La Fábula de José" (2000), que profundiza en el tema de la libertad humana a partir de la historia de un hombre que es encerrado en la jaula de un zoológico; así como sus dos últimas novelas, en las que el autor parece haber adquirido, al fin, la fuerza y el derecho de reconstruir su personalísima Cuba, valiéndose de un discurso muy acabado, que supo apropiarse durante su estancia en México.

Hablo de "Esther en Alguna Parte" (2005), novela en la que se aborda el valor de la amistad y la búsqueda del amor a partir de la historia de un par de viejos, entre quienes surge una estrecha amistad al final de sus vidas, y "El Retablo del Conde Eros" (2008), en la que un exiliado regresa a la isla, dispuesto a suicidarse al final de una obra teatral que se propone montar a toda costa.

En ambas novelas, el lector escucha con claridad las voces de La Habana, pasea por sus calles, siente el salitre de la brisa marina en la piel, se moja al golpe de las olas al estrellarse en el malecón y, en general, es capaz de experimentar esa Cuba hecha de palabras que el autor pudo reconstruir valiéndose de un lenguaje que constituye su más acabada expresión.


V. Un nombre para tatuarse

En ocasiones me descubro planeando con entusiasmo una visita al súper o preparando un platillo de sabores delicados, consciente de que es la mejor antesala de la escritura.

Y en las vacaciones, cuando me encierro por gusto a escribir y a leer y a comer sabroso, me digo que cada día me parezco más a ese amigo entrañable cuyo nombre, tal como el soldado suicida de "Caracol Beach", llevo tatuado en la piel "como si fuera un camposanto".

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La autora es escritora

Tuesday, August 30, 2005

Mercedes luminosa

Por Eliseo Alberto
La crónica
30 de agosto del 2005

I CANÍBALES CON CORBATAS
Yo escribo este texto, pasada ya la medianoche, para decirle a Dulce María González que hoy la quiero más que ayer porque antes la quería por lo que me dejaba saber de ella y, ahora, la quiero por lo mucho que mi amiga se transparenta en una mujer sin miedo, otra mujer sin miedo, ésta llamada Mercedes, un personaje sencillamente inolvidable que es ella misma, claro, o casi la misma, digo, al menos muy parecidas ambas, sobre todo por esa manera tan suyas de desear la independencia con fervor carnal, aún cuando semejante liberación de ataduras o de prejuicios traiga aparejada, por premio o por castigo, una camisa de fuerza que llamamos soledad. Bien sé que ella, tan segura y a la par tan débil, rechaza por igual las alabanzas y los piropos. Es altanera, quiero decir, es regiomontana. Y además gimnasta.

También sucede que los hombres, la mayoría de los hombres, le tenemos pánico a la ternura, y las mujeres, la mayoría de las mujeres, han aprendido a desconfiar de toda hombría suave y sospechosa, no sin razón, ni modo: a veces lo hacemos tan mal, reconozcámoslo, que dejamos al descubierto nuestras maliciosas intenciones, pues vamos del espíritu a la carne con voracidad o hambruna, como caníbales con corbata y calcetines. Los hombres nos negamos a que chille por nosotros esa aurícula derecha del corazón donde guardamos, como en un clóset, nuestro ropaje femenino, las frases lacias, delicadas, que jamás nos atrevemos a decir ni en privado, las caricias livianas, los besos dulces, los temblores, los deseos negados y los sueños prohibidos. Todos, o casi todos los hombres, llevamos en la mente un taparrabos invisible. Por eso, supongo, nunca le dije a Dulce cuánto la admiraba. ¡Es tan fácil decir te quiero!

II OJO: PINTA
Si yo fuera el editor de Mercedes Luminosa, la primera y sorprendente novela de Dulce, en un cintillo de papel advertiría a sus posibles lectores-hombres que tienen en la mano diecinueve capítulos de sensatez, ciento veintiséis páginas de fuego escritas con claridad propia del viento, que anima la llama, o del agua que con amor la apaga. “Ojo, machos: este libro pinta”. ¿Qué pinta? Nos pinta, nos retrata de pies a cabezas para que, al menos, sintamos en carne viva la vergüenza de ser tan torpes. Esta pequeña novela es grande. Sólo Dulce pudo prestarle su voz a Mercedes: la primera persona del relato es convincente, casi audible. La independencia del personaje se expresa en la independencia de la prosa. Aunque se me acuse de descubrir el agua tibia, no está de más recordar que un escritor sólo cuenta con la palabra, un montón de palabras que uno debe escoger, como quien limpia una tonelada de arroz sobre la mesa de la creación.

En términos de honor, dar la palabra equivale a comprometerse con algo o ante alguien, y eso hace Dulce desde el arranque mismo de la novela: pronto sabemos que estamos leyendo una confesión. La sencillez y sinceridad de las revelaciones, aun de las más profundas, nos convierte a sus lectores en cómplices, tal vez en aliados, por lo pronto en testigos comprometidos: así seguimos el rastro de Mercedes, la espiamos. Ahí viene Manuel, ahí viene Remedios, ahí se lanza Mariela. Dulce es quien escribe en una mesa apartada. Un buen consejo sería leer este libro en algún café de sombras amables, el mismo café que frecuenta el personaje, su privadísimo refugio. Ella sabe que estamos ahí, apenas unas líneas, unos metros, unas sillas detrás de su encorvada figura —e incluso habla con voz fuerte para que podamos escucharla.

III EL VERDUGO DEL MERCADO
El verdugo del mercado editorial prefiere novelistas superficiales que venden libros como churros, con la única ilusión de cargar sus bolsillos, novelistas exitosos que sean capaces de escriturar de una sentada 400 páginas de espadachines corajudos, 500 cuartillas de mentiras medievales (guapetones los primeros y bien documentadas, las segundas), 600 folios sobre reinas narcotraficantes al sur de la frontera. Poco importa que, leído el libro, al cerrarlo, olvidemos en el acto de qué trataba porque toda literatura fácil deja un vacío en el ronco pecho, por no mencionar el molesto sentimiento de frustración al darnos cuenta de que perdimos tiempo, retina y dinero en tan poca cosa. Una guía de teléfono guarda más interés que esos mamotretos de consumo. Detrás de cada número telefónico nos espera un ser humano, no un mamarracho. La memoria es selectiva: también el olvido. No hay novela grande sin confesión; sin desgarramiento, sin inteligencia, sin hallazgos, ¿de qué literatura hablamos? Por eso, a la luminosa Mercedes sólo pudo haberla descubierto la desgarrada e inteligente Dulce María González. El loco de Ernest Hemingway elaboró la ocurrente teoría del Iceberg: esa literatura que esconde a los ojos del lector cinco sextas partes del conjunto y sólo expone sobre el filo del agua el fragmento que de alguna manera lo representa. El consejo no está mal, por supuesto, pero resulta insuficiente. A ver, ¿qué sexta parte dejamos a la intemperie? He ahí el rollo, el verdadero dilema. ¿Cuál de los seis o siete pedazos de hielo? Para colmo, los Iceberg suele voltearse de repente, cuando el calentamiento planetario lo quema desde el fondo y, en un abrir y cerrar de ojos, la mole se invierte en rugiente pirueta.

Dulce tuvo en cuenta esos caprichos de la creación y, en su novela, se reserva bajo la manga los sucesos de un pasado triste e incomprensible (la extraña muerte de su madre), sin ceder a la tentación de revelárnoslo en detalle, siendo como es ese pasado más intrigante aún que el presente a la que la propia Mercedes nos convoca. ¿Por qué lo hace? Porque, pienso, esos contrapunteos del tiempo conforman el espacio real y palpable, emotivo y misterioso, en el que el personaje debe encontrar la respuesta que animará su existencia, justo al terminar de contarnos la historia. La hechura de la prosa, su ordenamiento y precisión, es el secreto de oficio mejor guardado por la autora. Tengo la impresión de que Dulce ha pulido su técnica de combate en las crónicas que cada semana nos regala en un periódico de Monterrey: el ejercicio sistemático de la palabra ha aceitado el motorcito de los verbos y los gerundios, el relumbre de una adjetivación en perfecto acople con el sustantivo elegido, la caja de velocidades de las oraciones que de pronto se aceleran o retardan, para darle a la marcha de la lectura una oscilación seductora, como el dedo índice cuando se alarga o recoge en clara señal de “ven, acércate, sígueme”.

IV ¿UN DOMINGO HERMOSO?
Muchas veces me he cuestionado sobre la utilidad y permanencia de la literatura, en un mundo que comienza a devorar los primeros años del siglo XXI, un mundo ahora sí tecnológicamente ancho y ajeno condenado a las soledades de la soledad, a los miedos del miedo, a cada dolor del dolor, y novelas como Mercedes Luminosa, escritoras como Dulce María González, me devuelven el alma al cuerpo porque me recuerdan y confirman algo que hace tiempo me enseñó mi padre con palabras mucho más sabias que las mías, pero que dichas a mi manera, pues no me atrevo a citarlo de memoria, nos enseña que mientras la palabra paella tenga para cada uno de nosotros un sabor distinto, según prefieras tú las gambas, él, el langostino, otro comensal la concha o yo el ensopado arroz que sabe a playa; mientras el verbo amar siga siendo tan singularmente impreciso aunque a cada uno nos duela por igual el abismo del desamor; mientras la frase “un domingo hermoso” pueda sugerirme a mí una mañana de sol en una isla y, a ti, un día de lluvia en el seco Monterrey; mientras un solitario-solitario, un desconocido-desconocido busque compañía en un libro-libro, no estamos perdidos, aún tenemos salvación.

Aquí el texto.

Thursday, August 25, 2005

Una luminosa merced

Por Ricardo Yáñez

Tengo para mí que en cierto modo el personaje principal, el digamos grial, de Mercedes luminosa es el diario de Marcela, de cuyo contenido no nos enteraremos. La muy certera elusión de ese objeto oscuro de deseo –ah enterarse, saber, ir a fondo– por parte de la autora, Dulce María González, es lo que mantiene la tensión, el suspenso, en una narración que ironiza lo mismo sobre la superficialidad de los que tienen los pies en la tierra como de los que, ávidos de trascendencia, de ella los despegan, mas no para volar, o no mucho, sino para desentenderse de compromisos que no hicieron, lo que está bien, o no quieren hacer, lo que de no estar mal estaría por lo menos ni mal ni bien sino todo lo contrario.
¿Saber?, para qué. Tal, yo diría, el lema de la novela. Lo importante, esto en ella misma se explicita, es estar, estar estando, estar estando allá, allá donde no es aquí y sin embargo es aquí.Estar estando allá donde no es aquí y sin embargo es aquí es el secreto de la novela, no de esta novela, de la novela –o de la literatura. Secreto que en Mercedes luminosa se divulga más que se devela, lo cual encuentro natural en una novelista que es asimismo muy buena tallerista. Quiero decir que aparte de recurso de la imaginaciòn es un recurso didáctico.Se divulga, pero se mantiene en secreto. Más se transmite que se enseña o: aunque se enseña secretamente dice que lo que dice abiertamente lo mantiene en secreto.
¿Qué pasó?, nos preguntamos al terminar la novela. Pasó que se nos dijeron algunas de las cosas que pasaron, mas no lo que en verdad pasó. ¿Pasó que lo que pasó, como en la vida, en cierto modo se nos escamotea? Lo que pasa, podría bromear, imagino, la autora, es que debajo de lo que pasa pasa tanto…, que bajo la sólida tierra que pisamos hay mantos freáticos.
Todos los personajes lo intuyen. Ninguno (excepto en modo aparentemente sufridor Marcela, que para los tiempos en que se cuenta el cuento ya está muerta, y en modo aparentemente lúdico hacia al final Mercedes) parece hacer contacto con esa (ni modo, así se nombra, profunda) realidad.
Conciencia y asunción, pero también desapego, de los mantos freáticos, es para mí la lección de esta novela que haciendo como que está aquí, está allá, donde estando estando estamos donde nos deja, en un aquicullá que, oxímoron u ouróboros, muérdese la cola… poniéndonos en órbita. Desde allí, desde aquí, yo escuché los siguientes

Sonetos a la Luminosa
para Dulce
Manuel

Ah qué Mercedes, ve nomás qué vida,
entre que filosófica y perdida
en el mundo que siendo cotidiano
más bien extraño es, cierto, inhumano.

¿Inhumano lo humano?, me preguntas,
y no sé contestar, me descoyuntas
con esa ingenuidad tan arriesgada
el discurso, y sonrío a tu mirada

un algo oscurecida, aunque tranquila,
y siento aquel ayer que se deshila,
deshilvanadamente, sin propósito.

Sin discurrir qué soy sino el expósito
allegado a tu puerta, este Manuel
que por más que no quiera ya no es él.


Mercedes habla de Raúl

Dichoso bajo el sol de lo ordinario
está Raúl, no siempre, algunas veces.
Raúl no es celestial, es planetario
y en general resiste los reveses.

Me entiende aunque no entiende mi sistema,
mi modo de vivir, y a veces masca
diré que muy de más algún problema
donde tengo que ver, y ahí se atasca.

Es bueno este Raúl, así se enoje
sordamente y que, mudo, no lo diga.
Por eso el torozón en la barriga

cuando pienso me dice Meche, escoge:
la de antes, oscura, o luminosa
conmigo recorrer la vida en prosa.


Remedios habla con Mercedes

A tu madre le debo mi fracaso,
por ella descuidé hasta a la familia;
estando aquí Marcela, poco caso
le hacía, y por ello ahora me exilia.

Es en claro reproche de su paso
por esta casa, y mira, quién me auxilia.
Muerta está desde cuándo. Y aunque el lazo
no se rompe y más bien me reconcilia

con este sufrimiento, quedo sola,
siendo que nunca sola la dejaba:
si lloraba, lloraba yo con ella,

si tomaba, vacía la botella
entre las dos dejábamos, chintola,
y tú te ríes de mí, lo que faltaba.


Marcela

Este es mi diario y esta soy, vacía
y llena de palabras. Es mi voz
la que oyes y no, que tengo dos
al menos (tengo más, pero querría

quedarme en dos nomás: la que me oía
Manuel y la que iba siempre en pos
de mi niña, Mercedes, cual por los
meandros de un laberinto, la que envía

señales desde aquí, señales nulas
y a la vez eficientes, porque al cabo
sin decirme me dije). No fabulas

lector, me estás oyendo, no me acabo
de decir, ¿y qué digo?, digo nada;
soy y no soy: oscura, iluminada.

Wednesday, August 24, 2005

Con la cabeza a punto de explotar

Por Laia Jufresa

La luz se recicla -como el miedo-
en el texto que resguarda
límites motivos preferencias
Teresa Avedoy


A Mercedes Ibargoyen, narradora y protagonista de esta historia, le da por llamarse a sí misma “la iluminada”; lo cual, sin duda, sería suficiente para hacer de ella un personaje difícil de soportar si no fuera por su enorme capacidad para reírse de ella misma, ironizar, ponerse en duda.
La novela Mercedes Luminosa, de Dulce María González, no puede leerse desde la distancia: al abrirla uno entra en Mercedes, en sus recuerdos, sus llagas y sus bordes. Henos inmersos, desde la primera frase, en una cabeza a punto de explotar. Mercedes se queja así del mal que veladamente la acompañará por el resto de sus páginas: la pesadumbre de una cabeza hinchada por exceso de cuestionamientos cuando no de alcohol. El lector, mero testigo de los avatares de la narración, escucha a Mercedes quien, más que escribir, habla. Tal es el tono obligatorio para esta primera persona: muletillas, expresiones coloquiales, guiños, chistes casi privados. Constantemente, por ejemplo, dice Mercedes: a la realidad le salieron espinas, palomas, laberintos o bien: le brotan a la vida telarañas, víboras, monstruos y hombres lobo. Esta retórica es la encargada de mostrarnos a Mercedes como personaje. Para conocerla basta imaginarla en algún pasillo anónimo de supermercado, respirando el alivio del aire acondicionado y de la certeza efímera, finalmente dispuesta a “hacerse cargo” y diciéndose a sí misma: a la vida le salieron toboganes, subeybajas, carreras en el patio y carcajadas.
Ahí está Mercedes y su manera de asir mundo, no necesitamos más descripciones. Este acierto narrativo bebe de una fuente que apasiona a la narradora y, supongo, también a la autora. Hablo del internet, el chat, las pláticas visuales donde uno es sólo palabras; donde se interrumpe sin ofender y se perdona fácilmente esa vieja costumbre suya de cambiar de idea a mitad del recorrido. Mercedes es así: pura mueca verbal, una mujer cuya sangre hierve con H y cuyo dolor se deletrea. Una narradora atenta que, al escribir, suda sus lecturas y todos los datos almacenados.
Mercedes recuerda un episodio de Plaza Sésamo con igual frescura que uno de Kubrick. Lo mismo puede traernos a cuento a Lowry que al I-Ching o algún comic. Se compara ahora con un personaje de Shakespeare, ahora con una botella de Coca-Cola. Su historia está plagada de referentes culturales cuya fuerza estriba en la diversidad.
Además del continuo reverberar del mundo que la rodea, el cráneo de Mercedes está habitado por fantasmas. Incluso los vivos con los que se relaciona aparecen translúcidos y ocasionales, un mero trasfondo para lo que ella llama sus “monitoreos”, que son recurrentes, casi excesivos. De hecho, me atrevería a decir que el libro entero es un monitoreo de Mercedes: más auto-evaluación que anécdota.
Un buen día Mercedes se entera, vía una llamada telefónica, que alguien ha encontrado el diario de su madre muerta. Pero el diario es apenas una excusa, un catalizador para contarse su propia historia. Cito: …ahora repaso la historia como si de una vida ajena se tratara, una vida otra o relacionada con un personaje otro a quien sucedieran eventos que jamás me suceden ni deseo que me sucedan y sin embargo hay cierta comprensión, cierta empatía que me hermana al personaje por el simple hecho de habitar el mismo planeta, la misma nave.
Mercedes se describe como intrusa de la nave, como pasajera incómoda. Y, sin embargo, late entrelíneas la practicidad obligada con la que se mueve en una sociedad que la agobia y una urbe que la asfixia. La ciudad es el escenario fijo que contrasta con el febril movimiento de sus pensamientos y sus pasos. Ese Monterrey que al medio día aleja a los cobardes y cobija a los que, desesperados, salen a derretirse en sus calles. Un Monterrey en retazos, del que vemos sólo ciertas esquinas, ciertos estandartes: la torre desde la que se aventó su madre, el bar donde conoció a su marido, la casa donde se encontró el diario, el barrio en el que vive su amante. En otras palabras, el Monterrey que Mercedes lleva dentro, en la memoria.
El truco que sostiene en pie a este libro, hay que decirlo, es sencillo pero audaz. Todo sucedió hace dos años. La historia es un flash-back hilado como se trenzan los recuerdos: en ciertos pasajes es agudamente preciso, en otros es vago y repetitivo. El recuerdo no se extrapola, nunca sabemos bien a bien quién es Mercedes hoy, dos años después, pero no importa. Importa que entonces vino a descolocarla el asunto del diario, y a torcerle los días y a hacerla abandonar por un momento su tan añorada tranquilidad. Cito: Bastante trabajo me había costado esta paz, esta habitación interna queriendo ser vida simple, vida luminosa…
González hace de los mecanismos memoriosos su aliado y su recurso principal. Dentro del recuerdo base de “hace dos años”, se entremezclan otros más antiguos, desde la infancia hasta la adolescencia de Mercedes, aquella época donde le daba por llamarse a sí misma “Mercedes la oscura”.
Pero Mercedes ES luminosa. No por haber dejado atrás épocas negras, sino porque confía en el logos, se clarifica, buscándose a sí misma desde las respuestas y verdades de lo cotidiano, y se compromete con su búsqueda.

Monday, August 22, 2005

Mercedes luminosa

Por Elda García

Presentó Dulce María González su novela Mercedes luminosa, obra que obtuvo el Premio Nuevo León de Literatura 2002. La presentación fue llevada a cabo en la sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes.

La presentación de Mercedes Luminosa se llevó acabo en el marco del ciclo Letras de Nuevo León en el centro, organizado por el Instituto Nacional de Bellas Artes. Como presentadores acudieron Ricardo Yánez, Laia Jufresa y Eliseo Alberto a la sala Adamo Boari de El Palacio de Bellas Artes.

Dulce María González (Monterrey, 1958) es licenciada en Letras Españolas por la Universidad Autónoma de Nuevo León, sin embargo, también ha ejercido el periodismo. Es autora de Gestus (1991), Detrás de la máscara (1993), Donde habiten los dioses (1994), Crepúsculos de la ciudad (1996) y Elogio del Triángulo (1998).

En la actualidad, la escritora es maestra de literatura y apreciación de las artes, además de ser coordinadora del Centro de Escritores de Nuevo León. Su obra Mercedes Luminosa fue galardonada con el premio de literatura de ese estado en 2002.

En entrevista, Dulce María González calificó su obra como “intimista y reflexiva”, además explicó que su novela “se intenta ahondar en lo humano contemporáneo a partir de escenas cotidianas”.

La presentación de Mercedes Luminosa se llevó acabo en el marco del ciclo Letras de Nuevo León en el centro, organizado por el Instituto Nacional de Bellas Artes. Como presentadores acudieron Ricardo Yánez, Laia Jufresa y Eliseo Alberto a la sala Adamo Boari de El Palacio de Bellas Artes.

La autora relata en su novela de 19 capítulos y 126 páginas, la historia de Mercedes en un lenguaje coloquial, además, conduce la narración a través de una voz en primera persona.

Con la cabeza a punto de explotar

“A Mercedes, narradora y protagonista de esta historia, le da por llamarse a sí misma la iluminada, lo cual, sería suficiente para hacer de ella un personaje difícil de soportar si no fuera por su enorme capacidad para reírse de ella misma”, indicó Laia Jufresa acerca del personaje principal de la obra de Dulce María González.

Jufresa, quien actualmente estudia Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México, señaló que el lector que tiene en sus manos la narración “escucha a Mercedes, que más que escribir, habla”. “Mercedes es una mujer cuya sangre hierve con H y cuyo dolor se deletrea... se compara ahora con un personaje de Shakespeare, ahora con una botella de Coca Cola”.

Leia Jufresa mencionó que la obra de Dulce María González “es el retrato fiel de una cabeza inquieta, donde se recicla lo mismo la luz que el miedo”. Concluyó de esta manera el texto que escribió para la presentación con el título “Con la cabeza a punto de explotar”.

Sonetos a la Luminosa

Por su parte, el poeta jalisciense Ricardo Yánez remarcó que la novela de Dulce María González, es “una narración que ironiza lo mismo sobre la superficialidad de los que tienen los pies en la tierra como de los que, ávidos de trascendencia, de ella los despegan, mas no para volar, o no mucho, sino para desentenderse de compromisos que no hicieron”.

Yánez dijo “estar estando allá donde nos es aquí y sin embargo, el aquí es el secreto de la novela, no de ésta novela, sino de la novela o de la literatura. Secreto que en Mercedes luminosa se divulgan más que se develan, lo cual encuentro natural en una novelista, que es asimismo muy buena tallerista”.

Ricardo Yánez leyó cuatro sonetos que escribió a los personajes de la novela Mercedes luminosa, los cuales agradaron profundamente a Dulce María González, quien es amiga cercana del poeta.

“Sólo Mercedes sufre una transformación radical durante el período de tiempo atendido. Los demás personajes cambian de circunstancia, no de vida” remarcó Yánez.

Dulce María luminosa

“Un personaje exclusivamente inolvidable, que es ella misma o casi la misma. Son parecidas ambas, sobre todo por esa manera tan suya de desear al independencia con fervor carnal”, destacó Eliseo Alberto, escritor cubano quien ha sido premio Internacional Alfaguara, al comparar a la protagonista de la novela con las cualidades de la autora.

Eliseo Alberto señaló que el volumen contiene “19 capítulos de sensatez y 126 páginas escritas con claridad propia del viento... este libro pinta”,

“Esta pequeña novela es grande, sólo Dulce puede prestarle la luz a Mercedes... El escritor solo cuenta con la palabra, un montón de palabras que uno debe escoger, como quien limpia una tonelada de arroz” expresó el escritor cubano.

Al hablar sobre la narrativa de la autora de Mercedes luminosa, el también guionista dijo: “Me gusta la manera con que Dulce nos echa las redes, eso se llama seguridad, eso se llama maestría, eso se llama escribir”

Mercedes luminosa, primer capítulo

Al terminar la participación de los presentadores, Dulce María González deleitó al público leyendo el primer capítulo de Mercedes Luminosa, sólo con la intención de “sembrar la curiosidad” e invitar a los presentes a leer el libro manifestó la escritora regiomontana.

Primer Capítulo, Mercedes luminosa (fragmento)

“Desperté con la cabeza a punto de explotar. ¿Dónde estoy?, ¿quién soy? Me preguntaba a mi misma en un intento de aclarar el escenario que amenazaba con echar abajo el edificio de mi vida. El mismo que tantos años me había llevado construir. Piedra sobre piedra, intentando vivir con sensatez, tratando de alcanzar el centro emocional...”
Aquí la nota

Sunday, August 21, 2005

Sección Vida de El Norte

ELOGIAN SU CLARIDAD LITERARIA
Por El Norte
(21 Agosto 2005).-
EL NORTE/ Redacción

MÉXICO.- Sensatez y claridad son las dos principales características que el escritor Eliseo Alberto encontró en la obra narrativa "Mercedes Luminosa", primera novela de la regiomontana Dulce María González.

Este texto, que por referirse a las formas locales de construcción de relaciones y afectos en el norte de México mereció el Premio Nuevo León de Literatura 2000, fue presentado el jueves por la noche en la Sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes.

Los presentadores fueron, además de Alberto, el poeta Ricardo Yáñez y la ensayista Laia Jufresa.

Alberto consideró que en estos 19 capítulos y 126 páginas halló una claridad propia del viento, que aviva la llama.

El autor de "Caracol Beach", así como del guión de la película "Guantanamera", dirigida por Tomás Gutiérrez Alea, insistió en que el personaje principal de este libro es como la autora: "sencillamente inolvidable y luminoso", sobre todo por la manera en que ambas desean y aspiran la independencia.

Durante su intervención en esta emotiva ceremonia, el poeta Ricardo Yáñez aseguró que la historia del personaje principal de la novela es en realidad un diario de cuyo contenido nunca se enterará el lector, razón por la cual la trama lo mantiene constantemente en un estado de tensión y suspenso.

Se trata, explicó el jalisciense, de una narración que ironiza lo mismo sobre la superficialidad de los que tienen los pies sobre la tierra como de los que, ávidos de trascendencia, despegan, mas no para volar, sino para desentenderse de compromisos que no hicieron en determinados momentos.

"El lema de 'Mercedes Luminosa' es estar estando, estar estando allá, allá donde no es aquí y, sin embargo, es aquí", dijo Yáñez, quien aclaró que González, autora de los libros de relatos "Detrás de la Máscara" y "Donde Habitan los Dioses", emplea tanto el recurso de la imaginación como el recurso didáctico.

La protagonista, quien se encuentra en una sociedad que la agobia y asfixia, vive rodeada de fantasmas que descubre a través del diario de su madre muerta, explicó la ensayista Laia Jufresa.

Armada como un flash-back, la historia es resultado de cómo se trenzan los recuerdos.
"Pareciera que es un discurso-diván, porque es el retrato fiel de una cabeza inquieta donde se recicla la luz y el miedo", aseguró.
Aquí la nota

Sunday, July 24, 2005

Mercedes luminosa

Por Magda Díaz y Morales
En: Apostillas
24 de julio de 2005

Es cierto, cuando alguien nos ama es únicamente para nosotras un tiempo, como dice la narradora de la novela Mercedes Luminosa (México: Conarte Nuevo León/Conaculta, 2005) de la escritora mexicana Dulce María González, mientras dura el tiempo en que habitamos dentro de su amor.

Desde el aquí y ahora narrativo la protagonista nos cuenta su historia, una historia cuyo paso de la oscuridad a la luz conlleva el tener que enfrentar la realidad y asumirla, puesto que no la puede abolir. Mercedes Ibargoyen es una mujer dependiente, que guarda culpas, inseguridades, temores, la realidad la extenúa, una realidad que había dejado atrás pero que una mañana vuelve a ella, se le impone a través del hallazgo del diario de su madre, un diario que nunca lee y que sin embargo es ese hilo que une a los personajes; es el diario de una mujer artista de la pintura, alcohólica, sensible, incomprendida, que siempre quiso ser joven y que vive sufriendo en su paso por la vida hasta que este dolor la lleva al suicidio.

Por la madre, Mercedes huye de la casa paterna para irse a vivir con Jorge, su novio, hasta que éste la despide. Por la madre, Mercedes tiene relaciones sexuales con Manuel, el ex-amante de su madre, acto que la conduce a enfrentar la posibilidad de perder a Raúl, su esposo, un hombre que la había salvado de esa Mercedes oscura en que se alojó por varios años. Por la madre vive en la tragedia constante.

Pero la epifanía tiene lugar, la protagonista se enfrenta a sí misma hasta tocar fondo. La confirmación de la vida le llega a través de los sentidos, después de la revelación:

"Soy libre, me dije, en el colmo de aquella cursilería revelatoria de ésas de la Mercedes iluminada que también soy: llevo a mi madre adentro, sin siquiera sospecharlo me he sostenido en ese amor, en esa pecera de cristal que me contiene. ¿Quién puede ser culpable del amor de una madre? No, yo no era culpable de su muerte, quizá tampoco Manolo. Mamá nos había querido hasta la desesperación, hasta la desaparición. Eso era todo, ese era el fondo de aquel misterio que siempre creí terrible: el amor. Lo demás eran circunstancias de las que no se puede culpar a nadie."

El amor es justamente uno de los temas de esta novela, creer que en su lugar existía un desamor que dolía, que impedía crecer y hasta amar y amarse a sí misma, dejar de depender del otro, vivir.

Ganadora de Premio Nuevo León de Literatura 2002, Mercedes luminosa es una novela cuya lectura me resultó muy grata. Pero cuidado, a la protagonista le da "por inventar todo tipo de cosas", quizá no existió Marcela, la madre, ni Manolo ni Jorge ni Raúl ni Remedios, y todo es ficción...

Felicito a la autora por este estupendo trabajo.

Aquí el texto.